Este blog lo creamos para compartir. En él encontrareis sueños y vivencias, recetas y trucos. Esperamos que os sirvan, si no para aprender algo nuevo, al menos sí para arrancaros una sonrisa.


Y más allá de las nieblas del sueños, allí donde solo unos pocos llegarán jamás, se encuentra la hondonada de las Hadas...

viernes, 2 de diciembre de 2011

En un día como hoy, todo puede pasar

Hoy es un día gris. Un día de finales de otoño y principios de invierno, frío y lúgubre. Un día de nubes, un día de lluvia. Un día de malas noticias y sombríos presagios. De despedidas, de rupturas y finales.

"En un día como hoy, todo puede pasar" -pienso, lúgubre, mi mente tan gris y plomiza como el cielo que me rodea. Las desgracias me rodean, pintadas en el rostro malhumorado o triste de los transeuntes. A ese lo han echado del trabajo, ese ha discutido con su mujer, esa está enferma... llevan sus historias escritas en el semblante, y mi corazón las lee como libros abiertos.

Entro en el metro, más malas caras. El convoy llega con retraso. Ojeo distraida la prensa. Accidentes, crímenes, desgracias... la crisis persiste, arrastrando cada vez más cola. Más paro, menos empleo, más familias en la ruina.

Y llegó a mi destino, ignorando a los mendigos que cada vez más, pueblan las calles de mi ciudad. Mi amiga llega tarde, me siento a esperarla. Los escalones del metro son fríos, pero no importa. Se podría decir que nací cansada, que estar rodeada de tantas desgracias me pesa demasiado. También nosotras llevamos nuestra parte de pena. Poco a poco, mi cuerpo languidece. Me pierdo en mis pensamientos. Mi amiga tarda, hace frío. Pienso en pastel de ciruelas y chocolate, en frutas escarchadas y en los roscones de reyes que ya adornan los escaparates de las pastelerías... y una mano sobre mi hombro viene a sacarme de mi ensoñación.

-Señorita... ¿se encuentra bien?- Es un anciano. No lo conozco, pero su rostro arrugado y bondadoso me sonríe afablemente. Lo miro perpleja. No sé en que momento he empezado a llorar, ni porqué. El aire frío seca mis lágrimas con presteza. Pero el anciano me mira, e insiste.

-No sé preocupe, estoy perfectamente...- no voy a compartir mis cuitas con un desconocido, bastante malo es que me hayan pillado llorando.

-Anímese. Al final, creame... nunca es para tanto.

 De pronto sonrío. Y siento como si me quitaran un peso de encima. El hombre se marcha, dejando el calor de su mano en mi hombro y el eco de sus palabras en mi mente.

Y sigo mi camino, y el día es menos gris. Y las caras de la gente parecen de repente menos agobiadas, menos tristes. Por fin llega mi amiga. se sorprende al verme sonriendo.

Y yo callo, porque no podría decir porqué sonrío, porqué de repente me siento feliz. Pero quiero compartir mi alegría, y reír, reír hasta perder el sentido.

Porque en un día como hoy, todo puede pasar.

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